La ira suele verse como algo que se debe esconder, controlar o apagar. Pero Frog Shaman, en el quinto capítulo de su proyecto conceptual Siete, decide mirarla de frente, meter las manos en el fuego y convertirla en música. Así nace “Ira, Ira, Ira (Cap. 5)”, una rola que no pide permiso, no busca agradar y no pretende ser cómoda. Es una explosión emocional hecha sonido, una pieza que destruye, transforma y renace, como si la rabia misma tuviera un arco narrativo.

Este lanzamiento no es solo una canción: es una escena, un ritual, un momento de catarsis colectiva. Frog Shaman vuelve a romper cualquier expectativa mezclando rock alternativo, reggaetón retorcido, hip hop y texturas asiáticas, elementos que ya son parte esencial del ADN del proyecto. El resultado es caos con forma, fuego con intención, arte que arde.

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Desde los primeros segundos, el track vibra como si fuera una escena intensa de película: luces rojas, cámara temblando, respiración agitada. El beat entra sin avisar, golpea, suspende y vuelve a caer con una fuerza que no da tregua. No hay descanso, no hay zona segura. La canción te toma del pecho y te obliga a sentir.

La ira aquí no es solo enojo; es presión acumulada, frustración, grito interno. Frog Shaman logra traducir esa emoción cruda en capas sonoras que se sienten tensas, densas, casi físicas. Es como estar en medio de una tormenta eléctrica: sabes que algo va a caer, y cuando cae, lo hace con todo.

Un capítulo clave dentro del universo Siete

“Ira, Ira, Ira (Cap. 5)” forma parte de Siete, un proyecto conceptual donde cada canción representa una emoción, un estado o un momento interno. En este contexto, la ira no es un accidente, es un punto de quiebre. Es ese capítulo donde todo se rompe para que algo nuevo pueda surgir.

Si los capítulos anteriores exploran otros matices emocionales, este quinto episodio se siente como el más visceral, el más físico. Aquí no hay sutileza amable: hay distorsión, tensión y ritmo que empuja. Frog Shaman entiende que la ira también puede ser motor creativo, una energía que, bien canalizada, transforma en lugar de destruir.

Uno de los mayores aciertos del tema es su mezcla de géneros. El rock alternativo aporta la crudeza, la distorsión y esa sensación de banda sonora apocalíptica. El reggaetón, lejos de lo convencional, aparece torcido, oscuro, casi industrial, más cercano al pulso que al baile tradicional. El hip hop entra como actitud, como golpe de realidad, como palabra que corta.

A todo esto se suman texturas asiáticas, sonidos que parecen venir de otro plano, casi espirituales, que contrastan con la violencia emocional del track. Es como si la canción estuviera peleando consigo misma: caos contra control, fuego contra meditación.